Autora: Teresita González
El recién pasado viernes 18 de octubre, estallaron violentas protestas y manifestaciones ante un alza del precio del transporte público. Los días siguientes, si bien se mantuvieron muestras de vandalismo de algunos grupos, comenzaron a aparecer también marchas pacíficas que buscaban mostrar el descontento de la ciudadanía respecto diversos ámbitos. Una semana después del estallido, más de un millón de personas se reunieron en Plaza Italia en la llamada “Marcha más grande de Chile” a manifestar su insatisfacción por la situación actual del país; y otros tantos miles de chilenos se reunieron con el mismo fin en distintas regiones del país.
Pero Chile no está sólo; en los últimos meses se ha producido un boom de masivas protestas en el mundo. Esto se ha dado tanto en otros países de la región como Ecuador y Bolivia, como en lugares lejanos, como Gran Bretaña, Hong Kong, Barcelona y el Líbano. Por muy distintos en ubicación geográfica y nivel de desarrollo que parezcan, en todos ellos las multitudes han salido a las calles a protestar y a exigir cambios.
Esto ha llamado la atención de diversos investigadores que han estudiado las marchas y sus efectos. En un ingenioso working paper titulado “The impact of the Women´s March on the U.S. House Election”, de Magdalena Larreboure y Felipe González, se encuentra que la masiva “Marcha por las Mujeres”, que se realizó en enero de 2017 en Estados Unidos, tuvo un impacto significativo en las elecciones de representantes del Congreso en 2018.
Durante el primer día de gobierno de Donald Trump, alrededor de tres millones de personas se tomaron las calles de las principales ciudades de Estados Unidos para reclamar por los derechos de las mujeres y el fin a la discriminación, en la que ha sido calificada como la mayor protesta de un día en la historia de Estados Unidos.
Dado que la asistencia a las marchas puede estar relacionada con otras variables que afectaron los resultados de las elecciones, como un mayor interés de las minorías hacia lo político, se vuelve necesario utilizar otra variable, que sea “exógena” y que, por lo tanto, permita limpiar el efecto de las marchas en los resultados de las elecciones.
Los autores encuentran que la temperatura del día de la marcha explica gran parte de la asistencia a ésta -un aumento de temperatura disminuye la proporción de manifestantes-, al mismo tiempo que no se relaciona de otra forma con los resultados políticos obtenidos en las elecciones del año 2018. Así, instrumentan la asistencia a la marcha con un shock climático, que corresponde a la desviación de la temperatura del día de la marcha respecto de la temperatura histórica promedio de dicho mes.
Encontraron que los manifestantes aumentaron el número de candidatos de grupos históricamente subrepresentados, reemplazando a candidatos tradicionales, y aumentaron su participación en los votos. Un aumento de un punto porcentual en la proporción de manifestantes en un condado, aumentó el porcentaje de mujeres candidatas en 11 puntos porcentuales; y el porcentaje de candidatos de grupos subrepresentados en 17 puntos porcentuales. Además de motivar a las personas a postularse para el Congreso, los manifestantes también aumentaron su participación en el voto en 13 puntos porcentuales en un condado promedio. Finalmente, las protestas también motivaron a los ciudadanos a votar, aumentando la participación en 1,6 puntos porcentuales.
Así, se puede afirmar que las manifestaciones motivaron a grupos históricamente subrepresentados a postularse para un escaño en el Congreso, logrando que las elecciones estadounidenses de 2018 batieron récords respecto a la participación de candidatos de grupos históricamente subrepresentados.
Estos resultados sugieren que acciones colectivas como las protestas pueden empoderar y ayudar a mejorar la representación de las mujeres y las minorías, reduciendo estereotipos y sesgos. Si bien ésta es una buena noticia, también deja en evidencia una preocupante realidad: ¿Por qué esas mujeres y minorías se vieron en la necesidad de marchar para ser escuchados?
En Chile también hemos sido testigos de masivas marchas que han conllevado importantes cambios. En 1988 más de un millón de personas fueron parte del acto de cierre de la campaña del “NO”, unos días antes del plebiscito que permitió el retorno a la democracia; en 2006 la “revolución pingüina” se tomó la agenda del gobierno reclamando el fin de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (LOCE); en 2011 nuevamente los estudiantes se tomaron la agenda del gobierno, exigiendo cambios al sistema de acceso a las universidades y un mayor gasto público en educación superior; y en marzo de este año miles de mujeres salieron a reclamar equidad de género, logrando que dos meses después el gobierno lanzara una Agenda Mujer.
Así, tanto en Chile como en el mundo, hemos visto que hay demandas sociales no satisfechas y la ciudadanía se siente ajena e insatisfecha con los gobiernos de turnos y la forma de hacer política pública.