El tipo de información que recibimos hoy es diferente a la información recibida en el pasado. Hace algunos años las personas obtenían información principalmente por medios tradicionales como los diarios, la radio o la televisión. A diferencia de dichos medios, en las redes sociales cualquiera puede compartir contenido sin ninguna revisión de veracidad, por lo que en este tipo de medios aumenta la propagación de noticias falsas o “fake news”.
El término fake news se popularizó gracias a la última elección presidencial de Estados Unidos en la que fueron protagonistas. Por una parte, se dice que Trump las podría haber aprovechado a su favor para afectar las posibilidades de su contendora, y por otra parte, el mismo ex candidato y ahora presidente de USA acusó a los medios de difundir noticias falsas cuando lo criticaban.
De lo anterior se desprende la pregunta sobre cuánto pueden afectar las noticias falsas a los ciudadanos, qué tan vulnerable somos. La pregunta no es inocua ya que si las noticias falsas son relevantes, entonces éstas pueden afectar el funcionamiento de la democracia, nuestra salud, alimentación, entre otros.
Lo anterior se cuantifica en un reciente working paper de Chiou y Tucker (2018) donde estudian la relación las noticias falsas del movimiento antivacunas y la exposición en las redes sociales; “Fake news and advertising on social media: a study of the anti-vaccination movement”. La razón de que el artículo todavía no esté publicado se debe a que es muy nuevo, sin embargo, los datos y la estrategia empírica utilizados tienen sustento por lo que las conclusiones obtenidas son interesantes.
El artículo se desarrolla desde la preocupación que existen diversos artículos que declaran que las vacunas tienen efectos adversos en los niños sin que éstos tengan justificación médica. En particular, existen artículos que exponen que ciertas vacunas causan autismo en los niños, los cuales han sido desacreditados por la literatura médica.
Las autoras explican dos efectos contrapuestos de los artículos falsos expandidos por el movimiento antivacunas. Por un lado, existen padres con preocupaciones de vacunar a sus niños de existir efectos adversos (personas vulnerables a las fake news), mientras que por otro lado, el público general está preocupado de que las personas se vacunen, ya que entrega beneficios a toda la comunidad.
Para que las fake news tengan menores efectos negativos en la sociedad, una opción de política pública podría ser disminuir la exposición a éstas. El artículo de Chiou y Tucker realiza una primera aproximación al efecto que tendría una política que limitara las posibilidades de diseminar noticias falsas en las redes sociales.
Las personas que están insertas en las redes sociales están expuestas a publicidad de distintos tipos. Las autoras aprovechan un shock exógeno de la prohibición de hacer propagandas con páginas de noticias falsas por parte de Facebook -pero no por parte de Twitter- para poder evaluar de manera causal el efecto de la publicidad en la propagación de noticias falsas.
La metodología se basa en una estimación de diferencia en diferencia en la que se comparan los artículos de vacunas compartidos en Twitter y Facebook antes y después de la variación exógena de prohibición de realizar propaganda en Facebook. Si existen tendencias paralelas entre ambos medios, la aproximación de diferencia en diferencia permite realizar inferencia causal.
Los resultados de las autoras muestran que la prohibición de la propaganda provoca un 75% menos de artículos compartidos sobre noticias falsas del movimiento antivacunas en Facebook en comparación a Twitter.
Teniendo en cuenta que Chile es un país con alta tecnología, algunas de las preguntas que deberíamos hacernos son; ¿Cuáles son los efectos de las noticias falsas en Chile? ¿En cuánto se puede comparar Chile con los estudios ya realizados? ¿Es necesario realizar políticas públicas para la mitigación de éstas?