Autor: Jorge Fantuzzi
Si yo le preguntara qué diferencias cree que podrían tener –en promedio- los chilenos que cumplieron 18 años unas semanas antes del 30 de agosto de 1988 y los que cumplieron 18 años algunas semanas después de esta fecha, usted probablemente me diría que ninguna. Sería esperable, por ejemplo, una proporción similar de hombres (o mujeres) en ambos grupos y niveles de escolaridad similares. También las características de sus comunas, como el acceso a servicios básicos o la tasa de analfabetismo, deberían ser parecidas. La única diferencia esperable es que nacieron con algunas semanas de diferencia.
Parecerá irrelevante la comparación, pero no lo es. Los que cumplieron la mayoría de edad antes de dicha fecha estuvieron autorizados para inscribirse a votar en el plebiscito de 1988, una de las votaciones más relevantes en la historia de Chile. En una investigación reciente, los autores Kaplan, Saltiel y Urzúa estudiaron los efectos de largo plazo de haber podido votar en el plebiscito, básicamente comparando a ambos grupos. Esto es importante, porque al ser muy parecidos en promedio, los grupos se hacen comparables, y cualquier diferencia es finalmente atribuible sólo a esta diferencia en la fecha de nacimiento, que es exógena a sus preferencias políticas o en su intención de votar.
Los resultados son relevantes. Cerca de 20 años después, en la elección del año 2009, el grupo que marginalmente pudo votar en el plebiscito de 1988, presentaba 12 puntos porcentuales más de inscripción en el sistema electoral que aquellos que nacieron sólo una semana después. Incluso posteriormente, en las elecciones de 2013 y 2017 (casi 30 años después) cuando la votación era voluntaria, la participación fue respectivamente un 3% y 1,8% mayores entre quienes cumplieron con la edad de votar en el plebiscito, en comparación con los que nacieron unas semanas después.
Esto tiene múltiples consecuencias. Por ejemplo, en este artículo, los autores documentan que como resultado de la inscripción masiva motivada por la importancia del plebiscito y los efectos que tuvo en el largo plazo, en todas las elecciones posteriores votó una proporción de personas menos educada, lo que contribuyó a la votación obtenida por la Concertación durante todos esos años.
Los resultados plantean preguntas interesantes. Por una parte, en Chile nos acercamos a un nuevo plebiscito. Esta vez para decidir si queremos cambiar o no nuestra Constitución. Dependiendo de los resultados, tendremos que elegir representantes para que escriban esa nueva Constitución y posteriormente tendremos un nuevo plebiscito para decidir si aceptamos la nueva Constitución que se redacte. Si toda esta agenda electoral es tan motivante como lo fue el plebiscito de 1988, ¿tendrá efectos similares en el largo plazo? ¿Afectará las decisiones que tomemos respecto de quien queremos que nos gobierne en el futuro? En un contexto de voto voluntario, ¿podrá este plebiscito aumentar en el futuro la baja participación electoral que se viene registrando en las últimas elecciones?
Ninguna de estas preguntas es simple, pero sus respuestas son relevantes. Tal vez en el plebiscito tendremos que decidir respecto de nuestro futuro, más allá de lo evidente (que ya es mucho).