Puntos de inflexión de la «moneda sur»

Autora: Javiera Rodríguez Carrasco

Mientras Argentina ha anunciado la recompra de 1.000 millones de dólares de su deuda externa, con el objetivo de estabilizar el mercado cambiario –producto de la fuerte depreciación del peso, respecto de la divisa estadounidense, que alcanzó un 40% en el último año–, desde Brasil buscan impulsar el desarrollo de mayor soberanía regional mediante el establecimiento de una moneda común con los trasandinos, para así permitir mayores flujos comerciales y una reducción de la volatilidad interna de cara a los nuevos desafíos en la recuperación de las economías tras la crisis sanitaria.

¿Por qué parece importante para estos países conformar una integración regional que ceda la política comercial y monetaria a una entidad regulatoria?

De acuerdo a la experiencia internacional, en un entorno de globalización, donde los shocks externos afectan fuertemente a las economías en vías de desarrollo, los países asociados en este tipo de acuerdos pueden incrementar la integración financiera, potenciar la competencia posicionando el comercio interregional, y reducir sus altos niveles de inflación y volatilidad del tipo de cambio. En este contexto, la cooperación y coordinación entre los socios para lograr una convergencia político-económica es clave para enviar la señal al exterior de una responsabilidad y credibilidad que no amenace el funcionamiento del acuerdo.

Si bien no es la primera vez que se ha planteado esta idea en la región, en los últimos años se ha advertido que los impedimentos para establecer una moneda común en Latinoamérica se concentran principalmente en dos factores: marcos institucionales débiles y divergencia macroeconómica.

La evidencia sugiere que, la razón principal por la cual una moneda alcanza solidez y confiabilidad en las zonas monetarias, para así generar un fluido intercambio de capitales, ha sido la fuerte institucionalidad que regula las entidades financieras[1]. Sin embargo, Argentina está lejos de haber logrado este punto, pues sus altos niveles en los índices de corrupción y deuda pública la categorizan como una de las economías más riesgosas en Latinoamérica detrás de Venezuela. Esto debilita la credibilidad y sostenibilidad de una integración financiera que, en lugar de ser un instrumento de apoyo hacia el otro miembro del acuerdo en momentos de crisis, acrecienta la incertidumbre y el riesgo país por no implementar los castigos necesarios para el cumplimiento de sus acuerdos.

En segundo lugar, la literatura sobre uniones monetarias señala que ser parte de un acuerdo de libre comercio aumenta la probabilidad de éxito en el establecimiento de una moneda común dado que sus objetivos han seguido una consistencia temporal[2]. En el caso de las uniones aduaneras –como lo es MERCOSUR– se cede la soberanía a la institución a cargo y, es deseable que los países  manejen niveles similares de inflación. Pese a que Argentina y Brasil han sido miembros por más de 30 años, este acuerdo regional no ha logrado que las asimetrías dentro de los países del bloque se reduzcan. Aun cuando ambas economías cuentan con una política monetaria orientada a las metas de inflación, Argentina ha alcanzado tasas cercanas a los tres dígitos acompañada de una alta volatilidad que apuntan a una baja capacidad de estabilizar la economía real y una menor seguridad de la ciudadanía en su política.

En esta misma línea, las estructuras productivas de Brasil y Argentina alertan de otra discrepancia producto de la falta de diversificación, pues para suavizar el impacto de shocks externos en las balanzas comerciales es preferible que se reparta el riesgo entre distintos bienes. Aunque desde Brasil ha crecido la producción y exportación de bienes manufactureros, el país trasandino sigue teniendo una producción intensa en recursos naturales como los cereales y lácteos, que lo han situado como el tercer socio comercial de los brasileños. Lo anterior vuelve a Argentina más volátil a los shocks de su vecino y, adicionalmente, se acorta la brecha hacia la convergencia de sus indicadores económicos producto de la desigualdad productiva.

En conclusión, los acuerdos regionales y monedas de común acuerdo se presentan como una alternativa para enfrentar la disparidad producida por el tipo de cambio y los intercambios comerciales. La falta de coordinación e inconsistencias para el manejo adecuado de una integración regional –que han dejados muchos espacios en blanco- siguen siendo una limitante para avanzar en un cambio de política que efectivamente entregue estabilidad y credibilidad a las autoridades de estos países en pos de lograr un establecimiento de una moneda regional.


[1] Brown, A. 2018. La teoría de las áreas monetarias óptimas: una actualización a la luz de la experiencia europea. Economía UNAM Vol.15, No43. Recuperado de: https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665- 952X2018000100070.

[2] Escaith, H. 2004. La integración regional y la coordinación macroeconómica. Revista de la CEPAL. No 82: pp. 55-74.

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