Las encuestas tienen buena vista, pero es el electorado el que se volvió borroso

Por Jorge Fábrega*

Desde comienzos de agosto hasta hoy, todas las encuestas electorales que se han hecho públicas han dibujado un escenario bastante estable: Jeannette Jara y José Antonio Kast aparecen sistemáticamente como los dos candidatos que pasarían a segunda vuelta. En algunas mediciones ella encabeza, en otras lo hace él, pero el patrón se repite. A poco más de un mes de la elección, los márgenes entre ambos se han movido poco, y para muchos observadores el panorama parece prácticamente definido. Por eso, cuando los encuestadores insisten en que “todavía no está todo dicho”, el escepticismo es comprensible: ¿cómo puede haber tanta cautela si los datos parecen tan claros?

La respuesta, en realidad, es más técnica de lo que parece. No se trata de falta de convicción, sino de reconocer que el contexto actual introduce tres fuentes adicionales de incertidumbre que tomará tiempo (varias elecciones) comprender.

Primero, cuando Chile pasó del voto obligatorio al voluntario, hace más de una década, las encuestas perdieron capacidad predictiva: ya no bastaba con medir preferencias, había que estimar quién efectivamente iría a votar. Con el tiempo, las encuestadoras aprendieron a identificar al “votante probable” y a ajustar sus muestras para aproximarse a ese electorado real. Ahora, con el regreso del voto obligatorio, uno podría pensar que el problema desaparece. Mal que mal, si todos deben votar, el universo está dado. Pero no es tan fácil, en realidad surge un dilema distinto: no sabemos cómo se comportarán esos millones que antes no participaban y ahora deben hacerlo.

Segundo, el problema ya no es identificar quién vota, sino a quiénes estamos observando cuando medimos. Las encuestas siguen basándose en quienes aceptan responder, y esas personas -lo sabemos empíricamente- tienden a estar más interesadas en política. Ese sesgo tiene efectos relevantes: los más interesados suelen tener preferencias más firmes, más información y mayor coherencia entre lo que dicen que van a hacer y lo que harán. En cambio, los nuevos votantes obligados tienden a ser menos consistentes y más volátiles porque sus preferencias e intereses por la política son más volátiles. Incluso con buenos ajustes estadísticos, esta diferencia introduce mayor variabilidad y, por tanto, más incertidumbre en las estimaciones. Y si los ajustes estadísticos hechos para considerar variables tales como edad, sexo o nivel educativo no capturan adecuadamente diferencias en interés político, los sesgos pueden amplificarse en lugar de reducirse.

Tercero, cada cambio en las reglas altera los incentivos de los votantes. La obligatoriedad del voto no sólo amplía el padrón, sino que también cambia la forma en que las personas piensan su decisión. En este nuevo escenario puede aumentar el voto estratégico: personas que, más que votar por su primera preferencia, votan por quien consideran capaz de impedir que otro candidato gane. Ese tipo de comportamiento depende de percepciones sobre quién es competitivo, percepciones que son inestables precisamente porque están mediadas por las encuestas. En otras palabras, el mismo cambio de regla que amplía la participación también transforma la psicología del votante (o puede hacerlo) y, con ello, inciden en los supuestos sobre los que se construyen los modelos predictivos.

En conjunto, estos tres factores -la ampliación del electorado, el sesgo de quienes responden, y la modificación de los incentivos al votar- explican el por qué los expertos son prudentes e insisten en que la elección permanece abierta.

Las encuestas, aun cuando se realicen con rigor, no miden certezas sino probabilidades condicionadas a un contexto cambiante. La estabilidad aparente de los números puede ocultar una dinámica más profunda, que recién se revelará cuando los nuevos votantes -los menos observados, los menos consistentes y los menos previsibles- salgan finalmente de la urna.


*Jorge Fábrega: Doctor en Políticas Públicas (U.Chicago), académico en el Centro de Investigación de la Complejidad Social de la Universidad del Desarrollo y Director de Tendencias Sociales en Datavoz.

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