Autor invitado: Christian Salas, académico Yale University
El pasado fin de semana miles de manifestantes, liderados por el movimiento de los llamados “chalecos amarillos”, salieron a las calles de Francia para exigir que el gobierno dé marcha atrás al aumento en el impuesto del diésel. La medida tenía una justificación ambiental pero aumentaba el costo de la vida de muchos franceses de clase media. Cientos de miles participaron en las protestas en todo el país, que con crecientes niveles de violencia evocaban el pasado revolucionario de Francia. Menos de una semana después, el gobierno de Macron cedió: suspenderá durante seis meses la subida del impuesto a los carburantes y congelará los precios de la luz y el gas durante el invierno. ¿De qué dependió que las movilizaciones en Francia tuvieran éxito, y por qué en otros contextos no funcionan?
El elemento estratégico fundamental de las protestas y revoluciones es que las personas quieren participar si creen que otros también lo harán. Esto es, en su dimensión estratégica, la revolución es un problema de coordinación. Ejemplos de problemas de coordinación abundan: las corridas bancarias, la adopción de un estándar de contabilidad, la inversión en un país en desarrollo, o el atacar una moneda con tipo de cambio fijo. Mientras más actores tomen la acción, más exitosa es la estrategia de realizar dicha acción.
En el caso de la revolución, lo anterior ocurre por dos razones. Primero, mientras más personas decidan participar, más probable es que cambie el régimen que produce el descontento. Segundo, el costo de protestar es menor mientras más personas protesten. Lo primero captura el hecho que existe un número de participantes sobre el cual las fuerzas leales al régimen son sobrepasadas; lo segundo captura que, en un grupo mayor, cada individuo es más anónimo y por ende enfrenta un menor riesgo de ser arrestado o herido.
El hecho de que cuando otros más participan cada uno desee participar aún más, y vice-versa, genera que problemas de coordinación como éste tengan dos “equilibrios” o predicciones. En un equilibrio, nadie o muy pocos participan, en el otro todos o casi todos lo hacen. Esto es porque, en un equilibrio, agentes racionales escogen qué acción tomar prediciendo correctamente lo que otros harán. En este caso, esto es participar de una revolución exitosa o restarse de una que no lo será. Pero, ¿cuál de los dos equilibrios debiésemos observar en la realidad?
Existen diversos factores que ayudan a que los ciudadanos estén “coordinados” en el equilibrio revolucionario o el equilibrio que mantiene las cosas como están. Por ejemplo, si los llamados a protestar en el pasado han tenido gran convocatoria y han generado resultados de política pública o cambio de régimen, es posible que en el futuro esta sociedad coordine en el equilibrio en que todos participan. El caso opuesto es el de aquellos países en que protestas han sido insuficientes y, peor aún, sus participantes han sufrido violencia, encarcelamiento y persecución.
La existencia de los dos equilibrios mencionados puede, entre otros, explicar la existencia de trampas de mala gobernanza. Si la clase dirigente cree que el pueblo está coordinado en el equilibrio en que mucha gente participaría de una revolución, los líderes tendrán todos los incentivos a tratar de beneficiar al pueblo. Si, en cambio, los dirigentes creen que el pueblo está coordinado en el equilibrio en que pocos participarían, entonces los líderes no tendrán incentivos a esforzarse y usarán el aparato del estado para beneficio propio. El primer caso puede representar bien a Francia, y el segundo quizás a China. Si bien en ambos casos una revolución suficientemente concurrida podría ser capaz de cambiar el régimen en ambos países, experiencias pasadas de masivas y exitosas protestas en Francia y de tragedias de represión en China coordinan a la gente en distintos equilibrios, generando distintos incentivos a los gobiernos de Emmanuel Macron y Xi Jinping.
Como toda “trampa”, salirse es difícil, pero no imposible. Pequeños eventos pueden cambiar las creencias que cada persona tiene sobre el resto de sus ciudadanos. Un ejemplo es la primavera árabe. Egipto estaba atrapado en un equilibrio “malo” en que sus líderes sabían que su gente nunca se levantaría. La revolución en Túnez puede haber cambiado estas creencias, convenciendo a los egipcios que tenían el derecho a reclamar cuando las cosas iban mal, y que un cambio de régimen era posible con suficiente apoyo popular. El resultado es que, uno tras otro, Egipto y otros países de la región experimentaron masivas manifestaciones y en muchos casos cambios de régimen. Pequeños pero influyentes shocks lograron que la población pasara de coordinarse en un equilibrio a hacerlo en el otro, con importantes consecuencias para cada uno de estos países.