Por Emily Jacob
El auge de las redes sociales y las aplicaciones móviles ha despertado tanto optimismo por su potencial de interconexión y acceso a la información, como preocupación por sus posibles efectos negativos, tales como la adicción, distracción o depresión. La evidencia reciente sugiere que estos impactos se extienden más allá de los propios usuarios, planteando nuevas preguntas para la regulación y el bienestar social.
Hace unos días se publicó una nueva investigación en Quarterly Journal of Economics[1] que analiza los efectos del uso de aplicaciones digitales sobre el rendimiento académico, la salud física y los resultados laborales, tanto de los estudiantes como de sus compañeros de habitación (roommates).
Los resultados muestran que el uso de aplicaciones es “contagioso”. Un aumento de una desviación estándar (SD) [2] en el uso por parte de un roommate eleva en 5,8% el uso propio. Además, este uso reduce significativamente el promedio de notas: una SD adicional en uso personal disminuye el promedio de notas en 36,2% SD [3]. A partir de datos de GPS, los autores confirman que usar aplicaciones reduce el tiempo en lugares de estudio y aumenta el retraso o ausentismo en clases. Además, se encuentra que el impacto sobre la salud física es tres veces mayor que el efecto en las notas y multiplicar el uso de aplicaciones durante la universidad reduce los salarios al graduarse en 2%.
Otros estudios destacan el componente conductual del fenómeno. Una investigación de Allcott, Gentzkow y Song de 2022 [4] concluye que el uso de redes sociales es formador de hábitos. Se halló que ofrecer la posibilidad de fijar límites al tiempo de pantalla redujo el uso diario en más de 20 minutos, evidenciando problemas de autocontrol. De hecho, estos explican cerca del 31% del uso de redes sociales, lo que sugiere que muchas personas no se dan cuenta de qué tan fácil pueden volverse dependientes.
En la medición tradicional del bienestar del consumidor se asume que las decisiones individuales reflejan beneficios personales y, por tanto, sociales. Sin embargo, en el caso de las redes sociales esto no siempre es cierto, porque el uso de estas plataformas también afecta a los que no las usan, por ejemplo, al generar exclusión o presión social. Esto es lo que encuentra una investigación aceptada para publicación en American Economic Review[5], la que propone una nueva forma de medir el bienestar del consumidor considerando las externalidades hacia los no usuarios, encontrando que, al considerar estos efectos, el resultado promedio es negativo, revelando que muchas personas usan redes sociales, aunque preferirían que no existieran.
Los resultados de estas tres investigaciones mencionadas abren el debate sobre la necesidad de regular el uso de dispositivos digitales. China y algunas regiones de Estados Unidos han avanzado en esta dirección desde 2019 y 2024, respectivamente[6]. Para el caso de Chile en octubre de 2025, la Comisión de Educación del Senado aprobó un proyecto que regula el uso de celulares en colegios[7].
La evidencia respalda los buenos resultados que puede traer esta tendencia. Tomás Rau, en una investigación reciente para el Inter-American Development Bank[8], muestra que las restricciones al uso de teléfonos móviles se asocian con menores distracciones y niveles de ansiedad, y con mejoras en los puntajes de matemáticas, ciencias y lectura cuando las prohibiciones se implementan efectivamente.
Por otro lado, una investigación publicada en 2020 en American Economic Review[9] encontró que desactivar Facebook durante un mes redujo el tiempo online en 60 minutos diarios (no solo en esa plataforma), mejoró el bienestar emocional, en una magnitud comparable al 25–40% del efecto de una terapia psicológica, y redujo la polarización política.
En suma, la evidencia muestra que el uso intensivo de aplicaciones digitales tiene efectos que trascienden lo individual, afectando el rendimiento académico, la salud, y el bienestar social. Estos hallazgos son especialmente relevantes para el debate regulatorio en Chile y a nivel internacional, porque invitan a repensar las políticas educativas y tecnológicas bajo una nueva noción de bienestar digital. De todas formas, la regulación debe tratarse como un proceso dinámico acompañado de evaluación continua, que sea capaz de adaptarse al ritmo de la innovación tecnológica.
Emily Jacob es Economista – Directora de Análisis Financiero en FK Economics
[1] Barwick, P., Chen, S., Fu, C., y Li, T. (2025). “Digital Distractions with Peer Influence: The Impact of Mobile App Usage on Academic and Labor Market Outcomes”. The Quarterly Journal of Economics https://doi.org/10.1093/qje/qjaf048
[2] La desviación estándar es una forma estadística de calcular cuánto se alejan los datos del promedio.
[3] Es decir, el promedio de notas baja en una magnitud equivalente a un poco más de un tercio de la variación típica que hay en las notas dentro de su cohorte.
[4] Allcott, H., Gentzkow, M. y Song, L. (2022). «Digital Addiction.» American Economic Review 112 (7): 2424–63.
[5] Bursztyn, L., Handel, B. R., Jiménez, R., y Roth, C. (2023). “When Product Markets Become Collective Traps: The Case of Social Media”.
[6] https://www.nytimes.com/2024/08/11/technology/school-phone-bans-indiana-louisiana.html
[7] https://www.senado.cl/comunicaciones/noticias/aprueban-prohibir-uso-de-celulares-en-todos-los-niveles-educativos-de-los
[8] Rau, T. (2025). “Mobile devices and children’s development: the case for school restrictions”. Inter-American Development Bank.
[9] Allcott, H., Braghieri, L., Eichmeyer, S. y Gentzkow, M. (2020). «The Welfare Effects of Social Media.» American Economic Review 110 (3): 629–76











