Por Augusto Castillo R., académico de la Escuela de Negocios UAI
En marzo de 1952 se publicó en la prestigiosa revista académica “The Journal of Finance” un artículo denominado “Selección de Carteras” en la que el economista de la Universidad de Chicago Harry Markovitz, quien en esa época realizaba sus estudios de doctorado, exponía una metodología novedosa que proponía cómo seleccionar activos al momento de construir una cartera de inversiones. Su trabajo probaría ser increíblemente importante, al punto de ser reconocido posteriormente como los cimientos fundacionales de la teoría de inversiones moderna, y de justificar que a su autor se le reconociera en 1990 con el Premio Nobel de Economía. Markovitz falleció recientemente, en junio de este año, a la edad de 95 años, luego de una vida dedicada a contribuir al desarrollo de las finanzas.
Su “teoría de carteras” muestra, mediante métodos estadísticos y algebraicos, que un inversionista que desee construir una estrategia de inversión que le permita acceder a un cierto nivel de rentabilidad esperada, debe construir una cartera que combine idealmente muchos activos de manera que entre ellos exista el menor grado de vínculo posible pues eso posibilita que dicha cartera, sin sacrificar retorno esperado, reduzca de manera considerable el riesgo al que dicha cartera expone al inversionista. Mientras menos vinculados estén los activos que componen la cartera (lo que en términos técnicos se describe como “mientras menor sea la correlación entre esos activos”), mayor será la disminución que se logrará en el riesgo de la cartera. A la reducción del riesgo que se logra sin sacrificar retorno esperado se le denomina usualmente “efecto diversificación”.
De aquí nace la recomendación que probablemente todos hemos escuchado alguna vez respecto de “no poner todos los huevos en la misma canasta” y que se refiere a que para diversificar una cartera de manera eficiente se debe combinar distintos tipos de activos de distintas industrias y de ser posible de distintos mercados en distintas regiones del mundo pues todo eso contribuye a que la cartera resultante con baja exposición a riesgo, gracias a que si se dan ciertos eventos que expliquen que a algunos de estos negocios les vaya mal, no es frecuente que esto impacte significativamente el retorno que logra la cartera en su conjunto. Esto explica que los inversionistas institucionales tales como quienes gestionan fondos mutuos o fondos de pensiones sigan estas recomendaciones básicas y eviten exponer a los inversionistas a riesgos innecesarios. Estamos hablando de eliminar a veces incluso hasta más del 90% del riesgo original presente en carteras no diversificadas.
La teoría de carteras de Markovitz es además reconocida pues es la base sobre la cual se desarrolló unos pocos años más tarde el CAPM o modelo de valoración de activos de capital a través del cual sus autores proponen cómo medir el riesgo relevante de un activo financiero (esa medida de riesgo relevante a la que se denomina Beta, es básicamente una extensión de la proposición original de Markovitz, quien sugiere que el riesgo relevante de un activo estaría determinado por el impacto que ese activo provoca en el riesgo de una cartera al incorporar ese activo en dicha cartera), y a través del cual se sugiere cómo calcular el retorno que se debe exigir a un activo en el que se está considerando invertir. El CAPM se popularizó en 1964 y sigue siendo reconocido hasta hoy como una de las mejores maneras de representar el riesgo de invertir en activos y de calcular qué retorno exigir a las inversiones al momento de evaluar si conviene o no invertir en ellas.