¿Qué es el principio de subsidiariedad?

Autor: Daniel Brieba, académico Escuela de Gobierno UAI.

 

La fuente principal de este principio está en el pensamiento social de la Iglesia Católica: para la antropología católica, el bien humano se realiza en, y a través de, comunidades. Es en ese denso entramado de relaciones humanas– en la familia, en el barrio, en la escuela, en el club deportivo, en el lugar de trabajo- donde desarrollamos nuestras vidas y buscamos realizar nuestros fines.

Es esta intuición moral -que las comunidades intermedias son intrínsecamente valiosas para el ser humano- la que está detrás del principio de subsidiariedad, que recibió su formulación canónica en la Encíclica papal Quadragesimo Anno de 1931. La idea clave que ahí establece Pío XI es que las comunidades mayores -la mayor de las cuales es el Estado- no debieran buscar usurpar ni absorber a las “comunidades menores” cuando éstas están en condiciones de cumplir adecuadamente sus funciones. Así, la función propia del Estado es buscar que existan las condiciones generales apropiadas para que estas comunidades menores o intermedias (y con ello, las personas que las habitan) puedan florecer.

El principio entrega así un criterio para asignar funciones sociales (a quién le corresponde hacer qué) y tiene dos dimensiones. Su dimensión negativa es el deber de no intervención y no usurpación de funciones por parte de las sociedades mayores -por ejemplo, que el Estado no intente suplantar a las iglesias o a las familias-. Su dimensión positiva es la obligación de estas sociedades mayores de ayudar a las menores a cumplir adecuadamente sus funciones (y de ahí viene la palabra subsidium, que refería a las tropas auxiliares romanas, que debían prestar ayuda en caso de necesidad). La intervención estatal busca, pues, habilitar a las sociedades menores para que puedan cumplir adecuadamente sus funciones; solo debe intervenirlas o derechamente reemplazarlas cuando genuinamente no haya alternativa. El criterio para decidir si y cómo intervenir lo otorga la idea del bien común: en cada caso corresponde ver si intervenir o no ayudaría o no a realizar el bien común de la sociedad como un todo. Más que un dogma, entonces, es un criterio práctico y caso a caso.

En el pensamiento político actual, la idea de subsidiariedad se ha aplicado en dos contextos relacionados, pero distintos. Internacionalmente, y en particular dentro de la Unión Europea, se ha incorporado como criterio para limitar sus funciones, dejándole solo aquellas tareas que los países miembros no pueden realizar por sí mismos. El segundo contexto refiere a la discusión ya señalada sobre los criterios para la acción del Estado frente a la sociedad civil y las empresas. Ahora bien, la particularidad chilena es que el principio de subsidiariedad fue recibido a través del pensamiento gremialista de Jaime Guzmán y de su adaptación y harmonización con la filosofía hayekiana de minimización del Estado. Esta fusión hizo que, dentro de Chile, se haya enfatizado casi exclusivamente la dimensión negativa del principio –la no intervención– antes que la positiva –el deber activo de ayuda a las sociedades menores–, y que aleja a la subsidiariedad de la idea de un Estado mínimo.

Sin embargo, podría haber una tensión entre la dimensión negativa y la positiva del principio. Por un lado, la gran contribución del principio de subsidiariedad es enfatizar el valor intrínseco que tienen las comunidades intermedias (que hoy llamaríamos la sociedad civil), poniendo así un límite fuerte a la intervención y crecimiento del Estado. Sin embargo, vimos que la intervención estatal en estas comunidades está subordinada a lo que dicte el bien común. Pero, ¿qué pasa si el bien común no depende solamente del buen funcionamiento de las propias comunidades intermedias? En algunos ámbitos el bien común podría requerir priorizar consideraciones de eficacia y equidad en la prestación de servicios (por ejemplo, a través de un sistema nacional de salud). Como la aplicación del principio de subsidiariedad está subordinada al bien común, todo gira entonces sobre cómo concebimos y definimos este último.

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