Por: Soledad Hormazábal, Centro de Estudios Horizontal
Existe un interesante debate académico a nivel global en torno a la evolución de la desigualdad durante las últimas décadas. Hasta hace poco se había instalado la convicción de había aumentado fuertemente en Estados Unidos desde 1960, este hecho generó no sólo acciones de política pública, sino que también cuestionamientos respecto de la sostenibilidad de largo plazo del sistema capitalista. Se puntualizó que un sistema que conduce a una concentración cada vez mayor de los recursos no sería viable socialmente de manera indefinida. Habría que salvar al capitalismo de los capitalistas para evitar que el malestar social con el sistema echara todo por la borda.
El dramático aumento de la desigualdad en Estados Unidos fue instalado por la investigación de tres economistas franceses: Thomas Picketty, Emmanuel Saez y Gabriel Zucman. Destacando el trabajo de 2018 en el que encontraban que los ingresos del 50% más pobre se habían estancado desde 1980 llevando a que su participación en el ingreso total cayera de aproximadamente el 20% en 1980 al 12% en 2014, mientras que la participación en el ingreso total del 1% más rico aumentó de cerca de 12% a 20% en el mismo período. Adicionalmente, encontraron que la acción del Estado sólo logra compensar una mínima parte de este brutal aumento de la desigualdad. Los autores sostienen que entre 1970 y 1990 se incrementó debido al alza de los salarios de quienes más ganan. Sin embargo, el impulso desde 1990 se habría explicado por el aumento del valor del capital.
Si bien este estudio no estuvo exento de críticas, no fue hasta la publicación en 2023 del trabajo de Gerald Auten y David Splinter en que realmente se ha puesto en duda que la desigualdad haya experimentado un dramático aumento desde 1960 en Estados Unidos. Tras una serie de correcciones metodológicas, estos autores sostienen que la desigualdad se ha mantenido bastante estable en el período en cuestión: la participación en el ingreso total del 1% más rico antes de impuestos habría aumentado de 11,1% en 1962 a 13,8% en 2019, pero al analizarlo luego de la acción del Estado, el incremento de su participación durante este período habría sido sólo de 0,2 puntos porcentuales. Además, encuentran que después de impuestos, los ingresos reales se habrían casi triplicado entre 1962 y 2019 en el quintil de menores ingresos, en el medio y en el más rico. Entonces, el capitalismo habría aumentado fuertemente los ingresos de todos, elevando la calidad de vida del conjunto de la población. Ya no sería necesario salvar al capitalismo, al menos no debido a sus resultados en materia de ingresos y desigualdad.
Es sorprendente, y un poco decepcionante, que las conclusiones de ambos estudios –publicados en excelentes revistas especializadas— sean brutalmente distintas. Al respecto, para salvar el honor de la profesión, se debe señalar que no es sencillo medir los ingresos en los extremos de la distribución. En el extremo de mayores ingresos, las fuentes de estos son variadas: trabajo, participación en acciones, empresas, fondos de inversión, etc.; las dudas respecto de cuáles y cómo contabilizarlos se multiplican. En el otro extremo, la informalidad también representa un desafío de medición. Además, los cambios en las políticas públicas también influyen.
¿Debiéramos sentirnos optimistas o pesimistas respecto del futuro del sistema capitalista? Invito a leer ambos estudios y seguir este debate que de seguro está lejos de terminar. Personalmente, me inclino por el trabajo de Auten y Splinter, considero que metodológicamente es superior e incorporan una serie de elementos que me parecen correctos. Así, no creo que caiga el capitalismo, al menos no lo hará por no ser capaz de mejorar la calidad de vida de la mayoría de la población concentrando su capacidad generadora de riqueza en solo unos pocos.