«La religión y la ciencia son operadores de sentido muy diferentes, que se mueven en plano distintos que rara vez compiten entre sí…»
En materia de religión y lo “sobre-natural” ¿en qué creen los chilenos? ¿Cómo han cambiado estas creencias en los últimos años?
Chile sigue siendo un país religioso, con una altísima creencia en Dios, y un país eminentemente cristiano. En los últimos treinta años, ha disminuido sistemáticamente la identificación con el catolicismo, pero la proporción de evangélicos se mantiene y la mayor parte de aquellos que hoy marcan “ninguna religión” en las encuestas, permanecen como personas creyentes, y en muchos casos incluso como cristianos sin iglesia. Dentro del catolicismo, por su parte, la piedad de santuario mantiene enteramente su vitalidad y existe un núcleo de laicos activos y comprometidos que conservan su fidelidad a la iglesia, aun en las peores circunstancias.
¿Es Chile similar a otros países, por ejemplo, nuestros vecinos, en cuanto a nuestras creencias? ¿Cuáles son las diferencias más importantes?
En el contexto latinoamericano, nuestro país tiene un proceso de secularización más avanzado que el resto (con la excepción de Uruguay), aunque el patrón de secularización no es tanto el ateísmo/agnosticismo, sino lo que se conoce como “believing without belonging”, es decir, una desinstitucionalización de la creencia religiosa que se expresa en los “nones”, los que marcan ninguna religión en las encuestas. Este patrón de secularzación nos acerca en monto y carácter a algunos países europeos que tuvieron -igual que nosotros- iglesia mayoritaria, es decir, que no tenían alternativa religiosa de manera que los desencantados no tuvieron sino la opción que declararse sin religión, a diferencia de países con mayor pluralismo religioso -típicamente Estados Unidos- en que se puede rechazar una iglesia o denominación religiosa, pero se puede acudir a otra. En nuestros países, existe la alternativa evangélica frente a la mayoría católica, pero se trata de una alternativa sólo disponible en niveles socio-económicos bajos donde están casi unánimemente implantadas las iglesias evangélica-pentecostales (sin perjuicio de que el evangelismo está emergiendo en una segunda generación de clase media).
En la recientemente publicada Encuesta de Percepción Social de la Ciencia se indica que el 72,4% de las personas cree en los milagros, el 60,9% en los espíritus y el 48,4% en los poderes psíquicos. ¿Es posible afirmar que estas cifras son reminiscencias de un país subdesarrollado?
La creencia en milagros es el corazón de la piedad popular católica que goza de perfecta salud como se puede apreciar en la vitalidad de la piedad de santuarios. La creencia en la Virgen (y en determinados de santos) como portadores de gracia extraordinaria se mantiene por doquier en los devotos de cualquier religión, incluyendo aunque en menor medida en la población evangélica y en los jóvenes nones de hoy en día (que igual le solicitan a la Virgen algún favor). Cuando se cree en milagros se cree en todo lo demás. Llama la atención efectivamente un renacimiento del Día de Muertos con una asistencia multitudinaria a los cementerios, y la proliferación de animitas en las carreteras, que dan cuenta asimismo de la veneración que suscitan los familiares que han fallecido y que -bajo determinadas condiciones- pueden convertirse también en intercesores de gracia. La comunicación entre vivos y muertos, muy desvalorizada por el cristianismo, nunca ha podido desterrase del todo. Las creencias en poderes psíquicos, en energías que provienen de la naturaleza, y en otras fuerzas sobrenaturales tienen fuentes diversas, algunas tradicionales como el mal de ojo, otras modernas, pero todas se mantienen vivas, incluso en el mundo altamente tecnológico de las sociedades modernas.
¿Son compatibles entonces estas cifras con un país que valora cada vez más la ciencia y la tecnología?
Ni la ciencia ni la tecnología son capaces de responder ninguna pregunta relevante sobre el sentido último de las cosas. Ninguna ha sido capaz de sustituir a la religión. ¿Qué puede decir la ciencia o la tecnología cuando alguien muere sorpresiva y trágicamente? ¿O cuándo se enfrenta el dolor de un hijo con una enfermedad incurable? ¿O cuándo a alguien justo y bueno le va desproporcionalmente mal en la vida? Los relatos que la ciencia y la tecnología construyen respecto de cosas parecidos son enteramente pueriles, cuando no inexistentes. La religión y la ciencia son operadores de sentido muy diferentes, que se mueven en plano distintos que rara vez compiten entre sí, porque tampoco la religión puede decir nada significativo acerca de los hechos ni las causas que los determinan.
¿Son contradictorias estas cifras con que Chile sea cada vez más un país secularizado?
No siempre lo son. La secularización no significa increencia, la increencia es rara y poco frecuente, se aloja en una pequeña porción de la población altamente educada y satisfecha con la vida, pero nada más. La secularización va acompañada de toda clase de creencias religiosas y pseudo-religiosas que se mantienen vivas, aunque muchas veces de manera poco sistemáticas y organizadas. Estamos demasiado acostumbrados a identificar la religión con instituciones determinadas y con actividades que se realizan en un templo. Pero la religión desborda continuamente este marco institucional bajo una forma que hoy llaman “lived religion”, la religión vivida en el mundo de todos los días.
¿Existe una correlación empírica entre desarrollo y secularización de los países? ¿O una correlación entre el capital humano y la religiosidad de las personas?
Existe una correlación, pero Estados Unidos la desmiente ampliamente e impide hacer una asociación tan estrecha entre desarrollo económico y secularización. El bienestar económico mejora la seguridad de la vida cotidiana y reduce riesgos e incertidumbres que operan como fuentes de creencias religiosas, pero todos sabemos que el bienestar no elimina todos los riesgos ni responde a todas las preguntas. La secularización es obra también de factores institucionales e histórico culturales que juegan un rol a la hora de desplegarse más o menos, aquí o allá.