En un informe de 2016, el “Observatorio del Narcotráfico en Chile” consigna que en el país existen 426 barrios críticos en materia de venta ilícita de drogas, los que se concentran en nueve regiones. Agrega que, en esas zonas “el accionar de las redes de narcotráfico afecta el uso de los espacios públicos, posiciona el comercio ilegal de drogas por sobre otros delitos y deteriora la vida de los vecinos, situación que abre desafíos para el adecuado resguardo del Estado de Derecho”.
Por supuesto todas esas consecuencias son de cuidado, pero hay más. En un reciente artículo académico, la investigadora de Princeton, María Micaela Sviatschi, estudia los efectos que tiene la exposición a mercados ilegales –como el de las drogas- en el futuro de los niños que habitan esas zonas.
El artículo muestra que las inversiones en capital humano infantil en Perú se vieron afectadas negativamente por la industria de la cocaína durante el período 1994-2013. El aumento de los precios de la coca inducido por la política antidrogas de Colombia produjo un aumento de 30% en el trabajo infantil en áreas muy aptas para la producción de coca en Perú. Los niños entre las edades de 11 y 14 años fueron los más afectados en relación con los niños más pequeños y mayores. En particular, cuando los precios de la coca aumentaron, hubo un aumento del 26% en la tasa de deserción escolar para los estudiantes de dicha edad en las zonas más aptas para la producción de coca.
Aún peor, el artículo también muestra que las personas que crecieron en áreas productoras de coca y experimentaron altos precios de la coca durante la infancia, tienen aproximadamente un 30% más de probabilidades de ser encarceladas si se contrasta con grupos comparables, es decir, aquellos que nacieron en el mismo lugar, pero en un año diferente, o aquellos que nacieron en un distrito diferente, pero pertenecen a la misma generación.
Lo más llamativo es que al artículo explora las razones por las que se produce la correlación entre exposición a los mercados ilegales y un futuro criminal. Las hipótesis son dos, a saber, que la exposición al narcotráfico produce una disminución en la formación de capital humano general, es decir, que niños que dejan el colegio se transforman en criminales por tener menos habilidades para desempeñarse adecuadamente en el mundo laboral, y/o que la participación de jóvenes en los mercados ilegales ayuda a generar más capital humano, pero específico a la industria del narcotráfico. Esta última parece ser la razón de mayor peso.
Sviatschi muestra que los niños que terminan cultivando coca como resultado de los shocks de precios tienen más probabilidades de ser condenados por delitos violentos y relacionados con las drogas en el futuro, pero no por otros tipos de delitos, como delitos contra la propiedad, agresión sexual o delitos de “cuello blanco”. Asimismo, se muestra que los shocks de precios a los productos legales -que también aumentan el trabajo infantil a las edades clave de 11 a 14 años- no tienen ningún efecto en la probabilidad de criminalidad futura.
Es decir, en promedio, no es la falta de educación general de los niños la que aumenta la criminalidad cuando son adultos, sino una experiencia específica desde muy joven en cómo participar de industrias ilegales.
El artículo abre una discusión en materia de política pública muy relevante. Ya no es suficiente con intentar reducir el narcotráfico en barrios críticos para recuperar los espacios públicos y mejorar la calidad de vida de los vecinos, lo que es de suyo importante. Además, si no se quiere hipotecar el futuro de nuestros niños, es necesario contar con políticas muy focalizadas para que en dichos barrios no se incentive la deserción escolar. Evitar la deserción escolar es por cierto importante para todos los jóvenes del país, pero puede ser mucho más delicado si la deserción se produce para participar laboralmente de mercados ilegales como el de la droga.