Palabras mayores: Repensando el financiamiento de las artes en Chile

Por Anton Kullak

En el frontis del Museo Nacional de Bellas Artes de Chile una “roca gigante” reavivó el debate sobre el financiamiento de las artes en el país. La obra “Palabras Mayores”, creada por el artista visual Enrique Matthey, fue financiada con $22.950.000 provenientes del Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes (Fondart). La divulgación de dicho monto en redes sociales suscitó un hilo de críticas a la obra, que incluso ha sido blanco de grafitis que increpan al artista con frases como “ARTE PENCAA”, “WEA FEA” y “AUTOR: HIJO DE PAPI”.

El monto supera incluso el precio de los mil collares Swarovski que se le achacan a la ex alcadesa Cathy Barriga, resonando así con el malestar ciudadano que se ha generado en torno a múltiples polémicas del destino de fondos públicos, obligándonos a preguntarnos sobre el financiamiento de las artes en Chile.

Para tener un orden de magnitud más allá de la controversia por esta obra, el presupuesto asignado al Ministerio de Las Culturas, las Artes y el Patrimonio se ha mantenido desde su fundación el año 2018 en aproximadamente un 0,36% del Presupuesto Nacional. En 2023 experimentó un aumento nominal del 23,64% en comparación con el año anterior, alcanzando los $282.252.633 miles de pesos[1]. Esta realidad nos lleva a cuestionarnos ¿Cómo asegurar que los recursos públicos destinados a las artes se utilicen de manera eficiente?

La investigación en Economía de la Cultura ha buscado respuestas a esta pregunta, enfrentando una dificultad fundamental: asignar valor a las artes. Este desafío es acentuado por la diversidad de dimensiones involucradas en el concepto de “valor” en este contexto. Múltiples factores dificultan la creación de mercados donde aparezca competitivamente la disposición a pagar por determinadas obras.

Por ejemplo, las artes ligadas al patrimonio poseen valor de no-uso (valor que no se deriva de un uso directo, sino que de su mera existencia), como lo son el legado, la opción, la identidad y la diversidad. Destaca también el valor socio-epistémico de las artes, ya que la naturaleza comunicativa de las artes nos invita a valorarlas como catalizadoras para fomentar el crecimiento (en el sentido amplio de la palabra), y para desafiar nuestros esquemas y preconcepciones.[2]

Una rama investigativa propone que para acercarse a una “solución de mercado” en el largo plazo (entendida como la revelación del valor social dada por leyes de oferta y demanda) se podría considerar pensar en el financiamiento de las artes a través de la educación en vez del financiamiento directo de creación y mantención de obras.

La evidencia sugiere que la educación artística contribuye a ampliar la base de consumidores de arte: forjando así el interés de futuros adultos que, de manera directa o indirecta, financiarán el desarrollo artístico[3]. Las personas más expuestas a las artes en su juventud tienden a participar más de estas en su adultez que aquellas personas con menor exposición temprana. Dicha exposición a las artes está mediada tanto familiar y socialmente como por la escolaridad. De hecho, se ha estudiado el efecto dinámico, en el cual los padres y madres transmiten el conocimiento al que fueron expuestos en su juventud.

Además, dar mayor acceso a las artes, no solamente en el sentido de tener la posibilidad económica de “consumir” arte, sino también de las herramientas emocionales y socioculturales necesarias para acceder a una obra (que se pueden desarrollar en la escolaridad), aumenta el valor socio-epistémico de las artes. Al facilitar el acceso a un mensaje artístico, se amplía la cadena comunicacional, promoviendo un intercambio que va más allá de las obras en sí.

La polémica en torno a la «roca gigante» ejemplifica este principio.  Su exposición al público fuera del museo permitió que se encendiera una discusión (si esa discusión justifica $22.950.000 es otra pregunta). La eliminación de la barrera física a la obra (que puede estar mediada, por ejemplo, por un valor de entrada al museo) permitió acceder a un cuestionamiento e intercambio ciudadano, democráticamente deseable. El valor de la obra aparece en el acto comunicativo. Así, surge la idea de que eliminar otras barreras para acceder a las artes, como las cognoscitivas, puede ser tremendamente beneficioso.

Los beneficios no sólo estarían en el enriquecimiento sociocultural. La evidencia sugiere que la educación artística podría tener un impacto positivo sobre resultados escolares como el desempeño en escritura y ciencias[4] y menores tasas de deserción escolar[5]. Un estudio experimental de un programa de asociación entre una escuela y un museo de arte en Arkansas muestra que la exposición a las artes aumentó los niveles de tolerancia de los estudiantes, la empatía histórica y su capacidad para pensar críticamente[6].

No obstante, no basta solamente con promover la educación en las artes, pues no reemplaza la necesidad de financiamiento directo para las mismas. Investigaciones, como el artículo titulado “Can public arts education replace arts subsidization?[7], indican que la educación no puede considerarse un sustituto absoluto del subsidio al consumo artístico. En ese sentido, sugieren un enfoque complementario.

En Chile, donde la baja calidad de la educación es un tema rampante, esta forma de entender el financiamiento de las artes para política pública podría permitir florecer tanto las artes como las esferas educativas que se ven beneficiadas por ellas. Más allá de escandalizarnos por el monto de fondos públicos destinado a una obra, debemos reflexionar sobre el sentido de esto en el marco de la elaboración de políticas públicas. En lugar de percibirlo como “Palabras Mayores” en el presupuesto, es momento de elevar la conversación, considerando los sincretismos que se pueden dar con políticas públicas vinculantes para superar las rocas gigantes en el camino de nuestro futuro.

[1] Biblioteca del Congreso Nacional de Chile. (2024). Presupuesto de la Nación. Recuperado de: https://www.bcn.cl/presupuesto/

[2] Sherman, A., & Morrissey, C. (2017). “What Is Art Good For? The Socio-Epistemic Value of Art”. Frontiers in Human Neuroscience, 11. https://doi.org/10.3389/fnhum.2017.00411.

[3] Kisida, B., Greene, J. P., & Bowen, D. H. (2014). “Creating cultural consumers: The dynamics of cultural capital acquisition”. Sociology of Education, 87(4), 281–295.

[4] Catterall, J. S., Dumais, S. A., & Hampden-Thompson, G. (2012). “The arts and achievement in at-risk youth: Findings from four longitudinal studies”. Washington, DC: National Endowment for the Arts.

[5] Thomas, M. K., Singh, P., & Klopfenstein, K. (2015). “Arts education and the high school dropout problema”. Journal of Cultural Economics, 39(4), 327–339.

[6] Kisida, B., Greene, J. P., & Bowen, D. H. (2014). “Creating cultural consumers: The dynamics of cultural capital acquisition”. Sociology of Education, 87(4), 281–295.

[7] Champarnaud, L., Ginsburgh, V., & Michel, P. (2008). “Can public arts education replace arts subsidization?” Journal of Cultural Economics, 32(2), 109–126. doi:10.1007/s10824-008-9060-4

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