Salario mínimo, economía y modelos

Por Francisco Larraín, economista.

El salario mínimo es un tema fascinante y polémico desde varios ámbitos: desde la teoría económica, desde el estudio empírico de sus efectos, por sus implicancias sociales y redistributivas, e incluso es un tema muy relevante para la forma de enseñar economía

A propósito de la minuta del Banco Central de Chile, que estima efectos de las últimas alzas del salario mínimo en el empleo, se me ocurrieron varias reflexiones que tocan esos puntos.

Disclaimer de que estoy lejos de ser un experto en economía laboral así que bienvenidas correcciones y críticas.

Parto por el final: la forma de enseñar economía. La clásica conclusión de Economía 101 es que un salario mínimo puede generar desempleo y una pérdida social. La intuición es simple: hay personas (oferta laboral) que están dispuestas a ofrecer su trabajo por un salario y hay empresas (demanda de trabajo) que están dispuestas a pagar ese salario, pero si ese salario es ilegal (está bajo el mínimo), la relación laboral -el match entre oferta y demanda- no se produce y hay una “pérdida social”.

Simple, pero demasiado simple.

Otros modelos del mercado laboral se basan en que la demanda tiene poder de mercado (piensen en un monopolio, pero al revés, es decir, hay un sólo comprador que puede mover el precio de compra a su antojo) y la conclusión es exactamente la inversa: un salario mínimo genera más empleo.

Y así otros modelos con conclusiones tan diversas como sus supuestos.

¿Quiere decir eso que el modelo de competencia perfecta en el mercado laboral -donde el salario mínimo puede generar desempleo- es inútil? No, para nada. De hecho es muy útil.

La clave está en entender el rol de los modelos en la ciencia: son una simplificación de la realidad que permite entender y distinguir mecanismos subyacentes que ocurren en la realidad.

La realidad es caótica y si no la modelamos, cuesta entenderla.Piensen en un mapa: es un modelo de la geografía real, que es caótica. Si el mapa fuera igual a la realidad – como en el notable cuento de Borges– sería inútil.

Volviendo a la teoría económica, el modelo de competencia perfecta es útil para entender el mercado laboral, porque ilustra algunos efectos que ocurren en la práctica. Pero, al mismo tiempo, muchos otros modelos que consideran fallas de mercado (como el del poder de mercado en la demanda), también muestran efectos que ocurren en la vida real y cuyos resultados pueden ser opuestos.

Y ahí se hace crucial la medición empírica.Sobre simplificando, diría que muchos economistas tienen en la cabeza que aumentos pequeños en el salario mínimo no generan problemas graves en el empleo, y aumentos grandes sí lo generan. Esta visión se vio desafiada hace algunas décadas por David Card, premio nobel de economía, quien mostró cómo un aumento del salario mínimo en New Jersey aumentó el empleo.

La gran dificultad está en cómo medir ese efecto. El estándar de oro lo tiene la medicina con sus ensayos clínicos, donde se crea un grupo de tratamiento y un grupo de control de manera aleatoria. Esa aleatoriedad es clave, porque te permite confiar en que – en términos estadísticos- el grupo de control y el grupo de tratamiento son iguales.

En economía es muy difícil lograr algo parecido (Banerjee, Duflo y Kremer, también recientes premios nobel, han logrado grandes avances en el estudio de la pobreza a través de los Randomized Control Trials, que se asemejan bastante a un ensayo clínico). Dada la dificultad, se recurre a distintas técnicas para crear grupos de control y tratamiento en base a experimentos naturales.


Card utilizó al Estado de Pensilvania, donde no subió el salario mínimo, como grupo de control. También ocupó como grupo de control a las empresas que pagaban altos salarios en New Jersey y que -por lo tanto- no se veían afectadas por el alza de salario mínimo.

Los supuestos detrás de esta técnica son fuertes: en ausencia del tratamiento -en este caso la ley de salario mínimo- los grupos de control y tratamiento se comportan igual (supuesto de tendencias paralelas).

En Chile, el Banco Central acaba de hacer un ejercicio similar a propósito de las recientes alzas en salario mínimo (de 410 mil a 500 mil pesos en 1 año, parecido al aumento de 20% que midió Card en New Jersey). Tomaron el total de empresas y las dividieron en dos: la mitad que tiene más proporción de trabajadores que ganan el salario mínimo como grupo de tratamiento y la mitad que tiene menor proporción, como grupo de control.

 

Los resultados muestran que en el grupo con más trabajadores afectos al salario mínimo, el salario de los trabajadores aumentó 7,8%. Sin embargo, en ese mismo grupo de empresas, la caída en empleo fue de 8%. Según los autores, los resultados son robustos a otras especificaciones.

¿Es el grupo de control adecuado? ¿Son los plazos para medir el efecto los correctos? Son dudas que me quedan tras leer la minuta, pero reconozco mi sesgo de creerle a la calidad de la investigación del Banco Central.

Mi intuición desde hace varios años es que aumentar el salario mínimo, a pesar de sus potenciales costos, es una de las políticas sociales relativamente costo-efectivas de implementar ya que es un traspaso directo de las empresas a los trabajadores de bajos ingresos, sin pasar por la burocracia estatal y las distorsiones de los impuestos.

Con este resultado y los altos niveles de informalidad laboral, diría que la intuición, al menos en mi caso, cambió.

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